Una mujer graba en silencio su operación. Cuando oye la conversación de los médicos, se pone pálida.

Había aprendido a sobreponerse a los retos de la vida, y supuso que esto no era más que otro bache en el camino. Pero los días se convirtieron en semanas y el dolor se negaba a remitir. Ya no era un dolor sordo que pudiera dejar de lado.

Era un dolor agudo, palpitante y cada vez más feroz. Se despertaba en mitad de la noche, agarrándose el costado, jadeando, con la esperanza de que la mañana siguiente la aliviara. Pero el dolor empeoraba.