El dedo de Jennifer se posó sobre el botón de parada y su corazón se aceleró. «No lo digas en voz alta», susurró una voz. Jennifer se quedó paralizada y el pulso le retumbó en los oídos. Las palabras eran tan suaves, apenas audibles, que tuvo que esforzarse para oírlas.
Pero la tensión de aquella voz era inconfundible. «¿Y si nos pillan? No quiero perder el carné», respondió otra voz, más aguda y frenética. Se le cortó la respiración. ¿De qué estaban hablando? ¿De quién hablaban?