Se le ocurrió una idea: tal vez su teléfono le diera alguna pista. Lo sacó del bolso y se quedó boquiabierta. Nueve llamadas perdidas de mamá y cinco de papá. A Emily se le encogió el corazón al ver la hora: casi las nueve de la noche. Hacía horas que habían cenado.
«Oh, no, deben de estar muy preocupados», gimió Emily. Sus padres se estaban volviendo locos, ya que nunca se quedaba hasta tan tarde sin avisarles. Su teléfono zumba con varias llamadas perdidas y mensajes de texto, confirmando sus sospechas.