Sus palabras fueron como un balde de agua fría, haciéndole recapacitar sobre la gravedad de la situación. Pero cuando volvió a mirar a Anna y sus ojos se cruzaron con los suyos al otro lado de la habitación durante una fracción de segundo, sintió una abrumadora responsabilidad. Ella merecía saber la verdad, costase lo que costase.
Excusándose, Oliver se dirigió hacia Anna, que acababa de terminar su baile con Michael. «¿Podemos hablar?», susurró, casi suplicante.