Sentado en un rincón apartado del castillo, lejos de las risas y el tintineo de las copas de vino, arrancó el ordenador. La pantalla cobró vida y rápidamente navegó hasta un conjunto de fotografías de una boda que había fotografiado hacía sólo un par de meses. Sus ojos se abrieron de par en par al encontrar lo que buscaba. «No puede ser», tartamudeó.
Su primer impulso fue enfrentarse a Anna. «Ella merece saberlo», pensó, «aunque la verdad rompa este día perfecto en mil pedazos imperfectos». Pero mientras se levantaba, con el portátil en la mano, una pregunta lo detuvo en seco: «¿Y si me equivoco?».