«Rusty, ¿estás bien muchacho?» Derrick preguntó suavemente, arrodillándose un momento para frotar las orejas del perro. Rusty ofreció un débil meneo, con los ojos entrecerrados. Derrick suspiró, recordando lo imparable que parecía Rusty. Esta repentina fragilidad le hizo recordar lo precaria que era su propia situación.
Mordiéndose el labio, Derrick instó a Rusty a seguir adelante. La casa que habían alquilado no estaba lejos, pero parecían kilómetros. Cada paso era más laborioso para Rusty y cada minuto aumentaba la ansiedad de Derrick. Cuando Rusty finalmente se desplomó con un gemido, el corazón de Derrick martilleó como un tambor frenético.