Cuando Jacob llegó al supermercado, sentía que las piernas le flaqueaban. Atravesó las puertas de cristal y fue recibido por el zumbido de las luces fluorescentes y el tenue aroma del pan recién horneado. Cogió una cesta y se dirigió al pasillo de los bebés, sin apartar los ojos.
Las estanterías se alzaban ante él, hileras de botes de leche maternizada ordenados con sus etiquetas brillantes y sus precios desorbitados. Cogió el más barato y comprobó el tamaño y el precio: 19,99 dólares. Se le hundió el estómago. Casi dos tercios de su dinero se habían ido en un solo artículo.