Y con cada paso que Carla daba para honrar su memoria, sentía que la pesada carga de la pena empezaba a desaparecer. Y mientras las primeras estrellas titilaban en el cielo del atardecer, susurró: «Adiós, papá», sabiendo que no era realmente un final, sino el comienzo de un legado que perduraría en cada vida tocada por su último acto de amor.