Casi no podía soportarlo. Él había estado allí, sentado frente a ella, deseando conectar pero demasiado asustado para revelar la verdad. Y ahora se había ido. Carla se hundió en la cabina vacía, sintiendo el peso de su ausencia oprimiéndole el pecho como una pesada losa.
¿Cómo no se había dado cuenta? ¿Cómo no había reconocido el anhelo en sus ojos, las palabras no dichas que flotaban entre ellos? Su mente se remontó a todos los momentos que habían compartido: sus sonrisas tranquilas, la forma amable en que le preguntaba por su día, la suave tristeza que siempre parecía aferrarse a él.