Cuando llegaron las bebidas, Amelia se obligó a reír y a participar en la conversación, con la mente concentrada en su plan. Levantó su vaso y fingió tropezar, volcando la bebida sobre sí misma. «¡Dios mío!», exclamó, avergonzada y nerviosa.
Jonathan se echó hacia atrás, con un atisbo de fastidio en el rostro. Amelia se frotó la ropa como si hubiera sido un accidente. El camarero se acercó con pañuelos de papel, preocupado, y se ofreció a ayudarla. Amelia vio la oportunidad y la aprovechó.