Jonathan siguió hablando, con voz suave e imperturbable, pero la mente de Amelia estaba en otra parte, enredada en una red de miedo y duda. Se inclinó un poco hacia ella, con la mirada fija, y le preguntó: «¿Te gustaría venir a mi casa después de cenar?»
La pregunta flotaba en el aire y su inquietud se agudizó. Amelia se forzó a sonreír, mientras buscaba una negativa cortés. «Agradezco la oferta, pero no puedo dormir en otro sitio que no sea mi cama», dijo con ligereza, esperando que sonara convincente.