Quiso darse la vuelta y correr, huir del bar sin mirar atrás. Pero su bolso seguía sobre la mesa. No podía irse sin su cartera; no era sólo un inconveniente, era su salvavidas, su conexión con la seguridad.
Amelia respiró entrecortadamente y se obligó a caminar hacia la mesa, con movimientos deliberados y firmes. Intentó disimular el pánico que latía en sus venas y sonrió mientras se acercaba a Jonathan.