Jonathan la saludó cordialmente, elogiando su atuendo y acercándole la silla con aire caballeroso. Sus modales eran impecables y Amelia sintió que sus nervios se calmaban cuando empezaron a hablar. Su encanto era natural, como el de alguien acostumbrado a hacer que los demás se sintieran cómodos.
La conversación fluyó con facilidad. Jonathan era un conversador natural, que mezclaba bromas ingeniosas con un interés genuino por los pensamientos de ella. Amelia se rió más de lo que lo había hecho en meses. Él la escuchaba atentamente, como si fuera la única persona de la sala.