A la mañana siguiente, Emily bajó a desayunar con la esperanza de evitar a Mark. Pero allí estaba él, sentado a la mesa con Linda. Estaban riendo, sus voces eran cálidas y afectuosas. A Emily se le revolvió el estómago. Tenía el mismo encanto relajado que había mostrado en la cafetería, como si nada en el mundo pudiera conmoverlo.
Emily forzó una expresión neutra mientras cogía sus cereales, evitando el contacto visual con Mark. Su madre charlaba sobre sus planes para el fin de semana, ajena a la ira latente de Emily. Mark también estaba tranquilo y sereno, la imagen de un marido devoto.