John parpadeó, sorprendido. ¿El gobierno? ¿Con qué demonios se había topado? Sin embargo, se encontró asintiendo, reconociendo las palabras de Sam. La pacífica previsibilidad de su vida parecía un recuerdo lejano, reemplazado por este día de misterio sin precedentes. La mundanidad de la observación de aves y las barbacoas del vecindario habían sido cambiadas por el torbellino de llamadas telefónicas secretas y la participación del gobierno.
Mientras los dos hombres permanecían sentados en silencio, la realidad de su situación empezó a imponerse. Los sonidos típicos de Maplewood -el zumbido lejano de los cortacéspedes, la tenue melodía de una radio, las risas de los niños resonando en la calle- adquirieron un cariz casi surrealista. John añoraba lo familiar, la sencillez de avistar un pájaro raro o disfrutar de una tarde tranquila en su sillón favorito. Su mundo, antes lleno del tranquilo flujo y reflujo de una apacible rutina, se había transformado en algo sacado de una novela de espías.