Sam sintió un malestar inusual al subir al autobús escolar esa mañana. Algo no encajaba. Un olor agudo y acre invadió sus fosas nasales, haciéndole apretar la nariz con disgusto.
El olor era tenue al principio, pero se hacía más fuerte a cada paso que daba hacia su asiento favorito en la parte trasera del autobús. Sam Miller, un chico normal de doce años, tenía olfato para los problemas, literalmente.
Su mejor amigo John solía bromear diciendo que la nariz de Sam era como la de un sabueso, siempre olfateando travesuras o peligros. Sam era un chico reservado que no se abría fácilmente.