Estas ideas erróneas atravesaron el corazón de Brianna. Ella no se permitía el lujo de gastar en cosas frívolas o salir por la noche; sus días estaban llenos de trabajo y preocupaciones sin fin. Pero no podía explicárselo a los desconocidos que la miraban con desaprobación, pues sus suposiciones eran más profundas de lo que ella jamás admitiría.
El dúo madre-hija miró de nuevo a la mesa de Brianna, con expresiones ilegibles. ¿Se compadecían de ella? ¿La juzgaban? Brianna no lo sabía y no quería adivinarlo. Se sentó rígida, con los ojos fijos en la mesa, tragándose la amarga realidad de que no podía proteger a sus hijos -ni a sí misma- de esos momentos.