una anciana de 87 años perdió los ahorros de toda su vida a manos de un estafador, pero no lo dejó escapar.

Danny sintió una oleada de satisfacción al ver cómo se llevaban a los cabecillas de la banda. El hombre que había estado ladrando órdenes estaba ahora en silencio, con la cabeza inclinada por la vergüenza y las manos encadenadas. La mirada de Danny se endureció al ver a los demás, personas de aspecto normal que habían optado por explotar a los vulnerables, que habían hecho llorar a su abuela. Esto era justicia.

Una vez que la policía aseguró el edificio, empezó a registrar los restos de la operación: ordenadores, teléfonos y archivos, todos metidos en bolsas de pruebas para asegurarse de que ningún rastro de sus crímenes quedara impune. Mientras los agentes recogían, uno de los detectives se dirigió a Danny. «Has hecho un buen trabajo. Sin tu ayuda, esta gente habría seguido arruinando vidas»