Danny tomó aire mientras se acercaban a la entrada del almacén y su pulso se aceleraba a cada paso. Su plan era sencillo: entregar unos paquetes falsos y examinar discretamente el lugar en busca de algo que pudiera confirmar que se trataba del cuartel general de los estafadores. La clave era actuar con naturalidad, agachar la cabeza y evitar levantar sospechas.
Cuando entraron en el edificio, el interior coincidía con el tosco exterior: lúgubre, desordenado y con un ligero olor a moho en el aire. Unas cuantas personas estaban sentadas en torno a una oficina improvisada, todas fijas en una pantalla, murmurando por los auriculares y apenas levantando la vista cuando entraron los dos «repartidores».