una anciana de 87 años perdió los ahorros de toda su vida a manos de un estafador, pero no lo dejó escapar.

Lo más doloroso era que cada historia revelaba el mismo patrón: los estafadores habían sido tranquilos, calculadores e implacables. Habían hecho sus deberes, aprovechándose de pequeños detalles y conexiones personales que cada víctima apreciaba.

Para muchos, la pérdida emocional era tan devastadora como la económica; el sentimiento de traición perduraba, una herida tan profunda como cualquier robo físico. Danny apretó los puños al leer los mensajes, jurando no permitir que continuara esta injusticia.