En el tramo final del viaje se sintieron tranquilos, como si el mundo les concediera un respiro. Marcus sonrió suavemente, recordando cómo el espíritu inquebrantable de Luna reflejaba el suyo. Juntos se habían enfrentado al peligro y habían sobrevivido. Ahora era el momento de construir un futuro en el que la pequeña cachorra nunca se quedara atrás.
Cuando llegaron a la entrada de su casa, un cálido sol bañaba el coche. Marcus llevó a Luna al interior, guiándose por visiones de una vida más tranquila. La vigilaría más de cerca, reforzaría su vínculo y apreciaría la confianza que veía en sus ojos cada día. Un final feliz, ganado a pulso pero atesorado.