De repente, una forma diminuta se abrió paso entre el caos. Luna atravesó las tablas desiguales con los ojos clavados en Marcus. El alivio se apoderó de él, casi sacándole el aire de los pulmones. «¡Luna!», gritó, extendiendo los brazos temblorosos. Sus patas llenas de barro patinaron sobre el tablón y se abalanzó sobre él.
Detrás de ellos se desató el caos cuando los agentes abordaron a dos delincuentes y otro intentó zambullirse en el agua pantanosa. Gritos, salpicaduras y maldiciones llenaron la sofocante noche. Marcus apretó la frente contra la de Luna, con lágrimas ardiendo en los ojos. No había palabras para expresar la gratitud que le embargaba en aquel momento.