Al tropezar con una raíz retorcida de ciprés, Marcus cayó de bruces al suelo pantanoso. Perdió el agarre de Luna, que se zafó de él con un aullido asustado. El barro le salpicó los ojos, cegándole momentáneamente. El mundo se convirtió en un giro nauseabundo de sombras y miedo.
Cuando se limpió el barro, uno de los criminales se había acercado. Con los pulmones ardiendo, Marcus intentó recuperar a Luna, pero el hombre fue más rápido. Un brazo áspero agarró a la cachorrita y sus gemidos frenéticos atravesaron la caótica noche. La rabia y el terror estallaron en su interior.