Mientras conducían, Leah se mantuvo en guardia, mirando de vez en cuando por el retrovisor. El hombre estaba sentado en silencio, sujetándose la cabeza y mirando por la ventanilla. Leah sintió una mezcla de tensión y empatía. Sabía que corría un riesgo, pero algo la impulsaba a seguir adelante.
Al llegar al hospital, Leah vio cómo el hombre, que ahora parecía más débil, se esforzaba por recobrar la compostura. Sacó un puñado de monedas de diez dólares e intentó dárselas. Leah negó con la cabeza. No podía aceptarlo, no le parecía bien.