Pero Ashley lo sabía. Ella y Robert insistieron en que Tula se mudara allí, para hacer espacio en sus vidas ya llenas. Emily pintó un cartel para su puerta en el que se leía «Habitación de Nana» en letras torcidas. Tula se instaló en su piso de tres habitaciones con discreta elegancia, siempre consciente del esfuerzo que requería su presencia.
Ahora, en el silencio de la mañana, se llevó una mano al costado y exhaló lentamente. Fuera lo que fuese, no podía ser lo que temía. No permitiría que lo fuera. Ashley estaba durmiendo. Emily estaba en el colegio. Tula no podía permitirse convertirse en el centro de otra tormenta.