Cuando llegaron las facturas, y siguieron llegando, Tula había intentado soportarlo sola. Y al final tuvo que tomar la decisión de vender su casa, su refugio con George. Sin más. Cuarenta años de recuerdos guardados en cajas y entregados. La hiedra del porche ahora crecería para otra persona.
George había construido ese hogar para ella. Después de su repentina muerte, era el único lugar en el que aún se sentía como él: cálido, estable, lleno de jazz dominical y jabón de limón. Abandonarlo fue como perderlo de nuevo. Nunca le dijo a Ashley cuánto le dolía.