Cuando por fin logró abrirse paso, retiró con cuidado el hielo suelto y preparó la caña. Pescar en estas zonas requería paciencia. Los peces no nadaban en masa como en aguas más cálidas. Cada captura era como una pequeña victoria sobre el duro designio de la naturaleza.
Se tomó un momento para apreciar la majestuosa soledad: el infinito horizonte blanco, el leve zumbido del aire helado y el lejano resplandor del techo de su cabaña. Sí, era un lugar solitario, pero también era impresionante en su pureza y calma.