Al frente de la operación estaba Abir, un hombre corpulento cuya imponente presencia y despiadado comportamiento infundían respeto y temor inmediatos a su tripulación. Los ojos fríos y calculadores de Abir escudriñaban el opulento entorno del yate con una sensación de derecho.
Su estilo de liderazgo era implacable: daba órdenes con un tono duro y autoritario, asegurándose de que su tripulación se mantuviera concentrada en su misión de saqueo. Abir comenzó su búsqueda con una eficiencia despiadada, inspeccionando sistemáticamente todos los camarotes y salones en busca de tesoros ocultos.