A Hana se le encogió el corazón. La súplica en su voz se hizo más desesperada mientras intentaba convencerlos: «Pero no podemos esperar. ¿Y si es demasiado tarde?» Sin embargo, a pesar de sus súplicas, la determinación en los ojos de los médicos no cambió. Habían tomado su decisión, dejando a Hana de pie en el pasillo estéril, sintiendo el peso de la situación presionándola.
Sintiendo una mezcla de frustración y determinación, Hana no se rindió. Avanzó por los pasillos del hospital, sus pasos resonaban con determinación. Todas las negativas reforzaban su determinación y la impulsaban a encontrar a alguien, a cualquiera, dispuesto a dar un salto de fe con ella. Finalmente, su persistencia dio sus frutos cuando encontró a Steve, uno de sus colegas más cercanos y un cirujano experto, conocido no sólo por sus conocimientos médicos, sino también por su valentía y compasión.