Cuando terminó de hablar, se produjo una larga pausa que aceleró el corazón de Hana. Casi podía oír el tictac del reloj, cada segundo se alargaba y la preocupaba aún más. Finalmente, el veterinario le pidió que describiera a la criatura. Hana lo hizo lo mejor que pudo, mencionando cada detalle que notaba.
Cuando terminó, se hizo otro silencio en la línea. A Hana le pareció una eternidad con el teléfono en la mano, esperando a que el veterinario dijera algo. Oía su propia respiración, rápida y superficial, y el sonido lejano de los ruidos del hospital. Esperaba alguna palabra sabia o un plan, cualquier cosa que pudiera ayudar a la débil criatura que tenía delante.