Hizo una mueca, como si el secreto le doliera tanto como la enfermedad que asolaba su cuerpo. «No quería… hacerte daño… perderte…»
A Charlotte se le aceleró el pulso mientras le acariciaba la mejilla. «Estoy aquí. No me iré a ninguna parte», le tranquilizó, una promesa que pensaba cumplir. Los ojos de Paul brillaron de alivio y arrepentimiento. «Cariño mío… perdóname…».