Eddie vio alejarse a Hayes, cuya silueta fue engullida poco a poco por el ajetreado y caótico ambiente de la comisaría. Mientras Eddie estaba sentado solo en la sala de espera, podía oír los murmullos de otras personas a su alrededor, con sus voces llenas de súplicas de clemencia.
Eddie era un hombre delgado y harapiento, con la ropa gastada y sucia de vivir en la calle. El estrés era evidente en su rostro preocupado y sus ojos crispados, que miraban constantemente a su alrededor.