«¡¡¡Uf!!!» Gritó Emma, exasperada por la interminable lista de tareas pendientes. Se subió la cremallera del vestido y empezó a maquillarse, apresurándose para estar lista para la fiesta. Si hubiera prestado más atención, se habría fijado en la anciana de aquel terrible día.
Normalmente, Emma disfrutaba arreglándose. Como propietaria de un salón de belleza, hacer que la gente estuviera guapa era, literalmente, parte de su trabajo. Pero hoy nada le salía bien. Su vestido tenía una persistente mancha de café que no podía quitar, los tacones que había pedido no habían llegado y había recibido otro mensaje de cancelación de sus citas en el salón.