A pesar de sus esfuerzos por entender el repentino declive, Emma no podía averiguar la causa. Aumentó sus esfuerzos de marketing, ofreció descuentos e incluso renovó el interior del salón para atraer clientes, pero nada funcionó. La agenda de Emma, que antes reservaba con semanas de antelación, ahora presentaba lagunas evidentes.
A medida que las semanas se convertían en meses, la presión financiera le pasaba factura. Emma tuvo que despedir a algunos empleados y reducir el horario del salón. Su sueño, que había construido con tanta pasión y esfuerzo, se desmoronaba ante sus ojos, y ella no podía evitarlo.