Entonces, las puertas de Urgencias se abrieron de golpe. Llegó una avalancha de pacientes: un accidente de coche, múltiples heridas, el caos. Nathan apenas tenía tiempo para respirar entre los primeros auxilios y las intervenciones quirúrgicas. Las horas se confundían en un largo y agotador tramo de agotamiento.
Cuando terminó su turno, Nathan se sentía como un zombi. Pero la morgue le esperaba. De mala gana, avanzó por el frío pasillo poco iluminado. No era el trabajo más glamuroso, pero era tranquilo. Y en aquel momento, Nathan ansiaba el silencio más que nada.