Cuando la enfermera le tranquilizó, Nathan se relajó. Todo formaba parte de la tradición, no había de qué preocuparse. Los ruidos extraños, las sensaciones inquietantes… no eran más que bromas inofensivas diseñadas para jugar con su cabeza. Soltó una carcajada, dándose cuenta de que la noche anterior había estado demasiado nervioso.
Esa noche, Nathan entró en la morgue con una sensación de calma. No iba a dejar que las bromas le perturbaran. Al fin y al cabo, todo formaba parte del trabajo. Los ruidos extraños, los crujidos, incluso el silencio espeluznante: estaba preparado. Estaba preparado.