Volvió a mirar el reloj. lAS ONCE DE LA NOCHE. Las horas se extendían ante ella y ya estaba planeando mentalmente cómo repartiría la noche: rondas a medianoche, un tentempié rápido hacia las dos de la madrugada y tal vez unos minutos para leer el libro que había metido en el bolso.
Justo cuando Julie estaba a punto de acomodarse en su rutina, las puertas correderas automáticas se abrieron con un siseo. Una ráfaga de aire frío entró en el vestíbulo, perturbando momentáneamente la cálida quietud. Julie apenas levantó la vista, pues supuso que se trataba de un visitante nocturno o de un paciente que necesitaba atención urgente.