Tras unos minutos de angustiosa tensión, los ladrones recogieron su botín mal habido y se retiraron de nuevo a la selva con la misma inquietante tranquilidad con la que habían aparecido. El claro quedó en un silencio atónito, con los turistas de pie, conmocionados y desconcertados.
Algunos lloraban, mientras que otros temblaban visiblemente con una mezcla de ira y miedo. Fredrick, aún oculto en las sombras, echó un último vistazo a la escena antes de darse la vuelta y empezar a volver sobre sus pasos por la selva.