Utilizando a los monos como cebo involuntario, los ladrones crearon una situación que a primera vista parecía inocente y benigna: los turistas, conmovidos por la visión de los monos cargando con sus angustiados cachorros, se veían obligados a seguirlos con la esperanza de intervenir y rescatar a los animales. Esta distracción les alejaba de la seguridad del templo y les hacía caer en la trampa cuidadosamente tendida por los ladrones.
Cuando los turistas se adentraron lo suficiente en la jungla y quedaron aislados de la bulliciosa actividad del templo, los ladrones desencadenaron su trampa. Sin previo aviso, salieron de sus posiciones ocultas, blandiendo cuchillos y gritando órdenes duras y autoritarias.