Los monos corrían de un lado a otro, columpiándose de los árboles con una gracia caótica. La escena era a la vez divertida e increíble. La energía juguetona de los monos llenaba el recinto del templo sagrado. Gabriel había leído sobre lo astutos que eran, siempre dispuestos a agarrar cualquier cosa, desde gafas de sol hasta comida.
No pudo evitar sonreír cuando un mono atrevido le birló una bolsa de patatas fritas a un turista cercano. El visitante se rió y sacó fotos mientras el mono trepaba por un árbol y se posaba en una rama alta. El sonido de las patatas crujiendo resonó en el aire mientras el mono disfrutaba de su precio, mirando hacia abajo con descarada satisfacción.