Sin embargo, el destino le tenía reservado un giro dramático. Bajo el implacable resplandor del sol del mediodía, Gabriel y Coco se acercaron a las puertas del antiguo templo. Su pulso se aceleró al contemplar con asombro las piedras erosionadas, que se alzaban majestuosas desde las profundidades de la jungla.
Coco movía la cola alegremente mientras exploraba los antiguos bosques y templos. Ladraba entusiasmada a todos los animales que veía y corría juguetona de un lugar a otro. Estaba claro que Coco disfrutaba de su aventura, y cada paso que daba irradiaba alegría y entusiasmo.