A cada paso que se acercaba al chimpancé, el corazón de Jessie se aceleraba y su mente sintonizaba con la delicada situación que se desarrollaba ante ellos. Cuando ella tendió la mano, con la esperanza de salvar la brecha de confianza que los separaba, el chimpancé respondió. Mostró los dientes en señal de advertencia, un recordatorio primitivo de los límites que no debían cruzarse.
Cuando terminó de hablar, se produjo una larga pausa que aceleró el corazón de Jessie. Casi podía oír el tictac del reloj, cada segundo se alargaba, lo que la preocupaba aún más. Finalmente, el veterinario le pidió que describiera a la criatura. Jessie lo hizo lo mejor que pudo, mencionando cada detalle que notaba.