Su cuerpo protestaba con cada movimiento, recordándole los años que había pasado trabajando en la granja. La criatura era rápida, corriendo entre los tallos de hierba, y Trueno la seguía de cerca, moviéndose con una velocidad y una gracia que George sólo podía admirar.
«¡No te dejaré escapar!» Gruñó George, empujándose con más fuerza a pesar de las protestas de su cuerpo. Las piernas le ardían por el esfuerzo, y cada zancada le producía un dolor agudo en las articulaciones. Sus botas resbalaban de vez en cuando en la tierra blanda, amenazando con hacerle caer, pero siguió adelante.