La hierba alta azotaba las piernas de Jorge, cada paso era más difícil que el anterior. Respiraba entrecortadamente, el aire frío de la noche le mordía los pulmones. A lo lejos, aún podía oír el sonido de los cascos de Trueno retumbando en el campo, la silueta del semental un borrón oscuro contra el paisaje iluminado por la luna.
George maldijo en voz baja y sus ojos se esforzaron por no perder de vista las formas que se le escapaban. A su edad, perseguir a un animal -y mucho menos a dos- por el campo no sólo era difícil, sino peligroso.