Cuando el sol empezó a ponerse, bañando la granja en tonos rosas y naranjas, George se quedó solo en el campo vacío. Una sensación de pérdida y preocupación se apoderó de él. Su querida Luna había desaparecido, dejando tras de sí nada más que preguntas y una granja que de repente se sentía mucho más vacía.
Luna no era sólo un perro para George; era su fiel compañera y confidente. Desde el momento en que la encontró, su vínculo fue instantáneo e inquebrantable. Luna tenía una forma única de aportar alegría y calma a la vida de George.