El invierno se asentó sobre la granja, cubriéndola con un manto blanco de nieve que ocultaba cualquier vestigio de los acontecimientos del verano anterior. Mientras George recorría el granero, atendiendo a los animales en las frías mañanas, sus pensamientos se dirigían a Luna, preguntándose si estaría abrigada dondequiera que estuviese. Se la imaginaba prosperando en un prado lejano, sin darse cuenta de lo mucho que la echaba de menos.
A medida que las estaciones cambiaban y la vida continuaba, George también intentaba seguir adelante y dedicarse a su trabajo en la granja, tratando de mantener los pensamientos de Luna en el fondo de su mente. Aprendió a centrarse en su trabajo y a prestar toda su atención al ganado y a los demás animales de la granja, agradecido por la alegría y el propósito que aportaban a su vida.