Preguntó a todo el mundo si había visto a Luna, pero nadie la había visto. Los días se convirtieron en semanas, pero seguía sin haber señales del regreso de Luna. La ciudad estaba llena de carteles de Luna, un recordatorio constante de su ausencia.
A pesar de las crecientes probabilidades, George continuó su búsqueda. No iba a renunciar a su mejor amiga. Siguió buscando, gritando el nombre de Luna y rezando cada día para que volviera sana y salva. Cada mañana reanudaba la búsqueda con nueva determinación. Cada noche volvía a casa agotado, pero decidido, con la promesa de volver a buscar al día siguiente.