Al día siguiente, George se despertó al amanecer para reanudar la búsqueda de Luna. Buscó desde el amanecer hasta el anochecer, visitando todos los lugares que le gustaban a Luna: los campos donde jugaba con las mariposas, el estanque donde le encantaba bañarse, el árbol sombrío donde descansaba. Pero no aparecía por ninguna parte.
George se negó a darse por vencido y decidió involucrar a todo el pueblo en la búsqueda de su perra desaparecida. Hizo carteles con fotos de Luna y los pegó por todas partes: en el supermercado, en la oficina de correos, en las farolas e incluso en las lavanderías.