Luna le seguía a todas partes, con una lealtad inquebrantable. Sus travesuras juguetonas y su naturaleza protectora la convirtieron en una parte insustituible de la rutina diaria de George. Cada mañana, Luna le acompañaba con ilusión en sus rondas, arreando el ganado y asegurándose de que todo estuviera en orden.
Su presencia convertía las tareas mundanas en momentos de felicidad compartida. George encontraba a menudo consuelo hablando con Luna, compartiendo sus pensamientos y preocupaciones, sabiendo que ella siempre estaba ahí para escucharle. Perder a Luna era más que perder una mascota; era perder una parte de sí mismo.