El día había empezado como cualquier otro, con Bill en los campos al amanecer, cuidando sus cosechas con un nivel de cuidado nacido de años de experiencia. El sol había recorrido el cielo, bañando la granja con una luz cálida y dorada. Esta tranquilidad contrastaba con la agitación que pronto se desataría.
Bill estaba deseando terminar el día con una lectura relajante, atrapando los últimos rayos de sol desde la comodidad de su hamaca. Con una alegre melodía resonando en su mente, una melodía de una canción que había oído en la radio ese mismo día, Bill se afanaba en atender sus campos. Tenía las manos cubiertas de tierra cuando una extraña sensación de inquietud empezó a corroerle.